Muchos recordamos la serie Érase una vez la vida. Aquellos dibujos mostraban cómo un ejército de glóbulos blancos y plaquetas se organizaba para defender el cuerpo ante cualquier amenaza. Era una lección magistral sobre la importancia de tener un sistema de defensa interno, coordinado e inteligente. Esa misma metáfora se podría proyectar en el sistema jurídico financiero. Y es que hace un siglo el sistema de defensa de las empresas no estaba tan desarrollada como ahora. Ya entonces, como ahora, el comercio se usó como un arma de sometimiento. La Alemania de los años treinta tejió una red de pactos bilaterales que generó una dependencia asfixiante en las economías de sus vecinos. Ante aquella realpolitik comercial, ejecutada sin disparar un solo tiro, los tejidos empresariales más débiles carecían de un sistema de defensa organizado y eficaz. Eran organismos sin anticuerpos, expuestos a la voluntad de un actor dominante.

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