En el bullicioso Londres de 1833, entre la niebla y el fervor emprendedor, un joven llamado Marcus Samuel cultivaba una fascinación inusual: las conchas marinas. En una época donde la burguesía londinense buscaba exotismo en pequeños detalles para sus hogares, estas maravillas naturales se erigían como preciados objetos de deseo. Samuel, con una idea chispeante, intuyó una oportunidad en esta tendencia y abrió una tienda donde ofrecía conchas provenientes de los confines del mundo. Este modesto inicio, sin embargo, contenía la semilla de una ambición mucho mayor.